História: Deberes de prisión (Deveres na Prisão)
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“¡Sigue tocando!”, gritó uno de los guardias.
Enriqueta volvió a girarse hacia el piano. Bostezó, respiró profundamente y trató de pensar en otra melodía que les pudiera gustar.
“¡Vamos! ¡Nos estás cortando el rollo!”
Empezó a tocar, y los guardias de la prisión la vitorearon. Detrás de ella bailaban alrededor del oscuro comedor. Tiraron los platos al suelo y derramaron cerveza por todas partes.
Enriqueta sabía que los guardias estaban demasiado borrachos para darse cuenta de lo que tocaba. Era el himno nacional: la antigua versión, la de antes de que invadieran el país. Enriqueta había tocado aquel viejo himno en público hacía seis años; por eso estaba ahora en prisión.
Cuando tocó la última nota, las luces se encendieron repentinamente. El jefe de la prisión estaba en la puerta. Los guardias dejaron de bailar y saludaron.
“Ya está bien, muchachos”, dijo el jefe. “Llevadla de vuelta a su celda y a dormir.”
Enriqueta contuvo la respiración. ¿Había oído el jefe lo que estaba tocando? Pero él ya se había marchado. Respiró. Había sido estúpida al asumir semejante riesgo. Si hubiera seguido tocando unos segundos más…
Uno de los guardias volvió a encerrar a Enriqueta en su celda. Enriqueta era una mujer menuda y frágil, así que incluso un guardia borracho bastaba como seguridad. Además, no era ni lo suficientemente fuerte ni ágil para escaparse.
“Tienes que escapar con nosotros”, susurró la compañera de celda de Enriqueta cuando el guardia se marchó.
“Querida, no puedo”, suspiró Enriqueta.
“Confía en mí, Enriqueta. Llevamos meses vigilando. Exactamente a las doce en punto, los guardias de la puerta del patio salen a comer; siempre son puntuales. Al menos dos minutos después llegan los siguientes guardias; siempre se retrasan. Solo tienes que salir con nosotros y subirte al coche de mi hermano.”
“Os retrasaré… os cogerán… ¡No debo ir!”, gimió Enriqueta. “Pensaré en vosotros cada día, en todos vosotros, y eso me hará feliz. Si personas como vosotros están libres, entonces nuestro antiguo país sigue vivo.”
“Tú también puedes ser libre, Enriqueta. Nos vamos mañana. Reúnete con nosotros en el patio.”
“No, querida, no…”
“Por favor, piénsatelo antes del mediodía.”
Al día siguiente, Enriqueta estuvo angustiada toda la mañana. Como de costumbre, a las once y media, el jefe de la prisión vino a llevar a Enriqueta a la cantina para que tocara para él mientras tomaba café y fumaba un cigarrillo.
Después de cada canción, Enriqueta miraba el reloj. Era casi mediodía. ¿Realmente estaba considerando escaparse? Su compañera de celda y sus amigos tenían un buen plan. Ella era lenta, pero solo necesitaba caminar…
La hora de la comida se acercaba, y la cantina se llenó de guardias. El jefe de la prisión estaba ocupado hablando con algunos de ellos. Podía irse en ese mismo momento. ¿Cuánto tardaría él en darse cuenta de que la música había parado?
Enriqueta se levantó y caminó lentamente hacia el jefe.
“¿Qué quieres?”
“Por favor, señor”, dijo Enriqueta. “No me encuentro muy bien. ¿Podría salir al patio con los demás prisioneros? Necesito tomar un poco de aire.”
El jefe dejó su tenedor. La miró durante largo rato.
“Está bien”, dijo.
Enriqueta miró el reloj. Quedaba un minuto. Intentó parecer tranquila mientras caminaba hacia la puerta.
Detrás de ella oyó levantarse a dos guardias. “Nosotros también deberíamos irnos”, dijo uno. “Esta tarde vigilamos la puerta del patio. Me gustaría llegar temprano por una vez.”
Marcharon delante de Enriqueta. Enriqueta siguió caminando. Entonces, se sentó ante el piano. Respiró profundamente y empezó a tocar lo más fuerte que pudo.
En pocos segundos se produjo un gran estruendo, cuando todos los guardias de la sala empujaron hacia atrás sus sillas y empezaron a gritar. Antes incluso de que Enriqueta terminara la primera parte del viejo himno nacional, el jefe de la prisión la levantó bruscamente de la silla y la lanzó al suelo.
“¡¿Cómo te atreves a tocar eso?!”, gritó.
Enriqueta miró a los guardias, aturdida. Sonrió débilmente.
“¿Qué hacéis todavía aquí?”, les espetó el jefe a dos de los guardias. “¡Vais a llegar incluso más tarde de lo habitual!”