Geschichte: La suerte de Año Nuevo
“Ahora mismo, en la Tierra, es Nochevieja”, dijo Alejandro. “Mi familia está cenando algo caliente y delicioso. Y yo aquí, en esta horrible nave espacial, sin comer nada”.
“Sé que estamos en una mala situación”, dijo el ingeniero jefe. “Pero oye, ¡mira las estrellas! Nadie en la Tierra tiene esta vista”.
Alejandro miró por la ventana. Lo único que podía ver era negro. Imaginó los fuegos artificiales frente a la ventana de su familia, en la Tierra.
“Cuando me eligieron para esta misión”, dijo Alejandro, “me sentí afortunado”.
“No fue suerte”, dijo la capitana mientras seguía trabajando en su ordenador. “Te escogí porque eras el mejor”.
“Ojalá no lo hubieras hecho”.
Tres meses atrás, hubo un accidente. Ahora las baterías de la nave espacial estaban casi vacías. Sin energía, no podían pedir ayuda ni regresar a casa. Estaban flotando en el espacio. Su comida y agua estaban casi agotadas.
Alguien se acercó y se colocó al lado de Alejandro. Era la científica jefe.
“Por estas fechas, el año pasado”, dijo ella, “mi padre hizo un pastel tradicional”. La científica sonrió al recordar el sabor. “Lo prepara con naranja, vainilla y almendras. Y esconde una moneda dentro. Quien la encuentre tendrá buena suerte”.
“¿Encontraste la moneda?”, preguntó Alejandro.
“Sí, la encontré”.
Alejandro sonrió y se giró hacia ella. “Entonces quizás haya esperanza”.
Había solo una cosa que podía salvarlos. Si encontraban un asteroide con los metales adecuados, podrían fabricar baterías nuevas. Las probabilidades eran de una entre cien.
“La Nochevieja siempre ha sido mi día favorito”, dijo el ingeniero, que se había acercado a ellos. “Solíamos comer siete, nueve, a veces hasta doce platos distintos. Pescado fresco, cerdo asado, ensaladilla rusa…”.
“Eso suena bien”, dijo Alejandro. “¿Qué más?”.
“Oh… sopa tradicional con hierbas… pan de jengibre caliente recién salido del horno…”.
“¡Pan de jengibre caliente!” Alejandro casi podía saborearlo.
“¿Y usted, capitana?”, preguntó la científica. “¿Cuáles son sus tradiciones?”.
La capitana levantó la vista. “Atrapa”, dijo. Sacó algo del bolsillo y se lo lanzó a Alejandro. Era un trozo de metal puntiagudo.
“Fundimos el metal y lo echamos en agua fría”, dijo ella. “Cada figura es única. Algunas personas creen que la forma predice el futuro”.
“Desafortunadamente, capitana”, dijo Alejandro riéndose, “¡creo que esto parece una explosión!”.
Todos rieron. Entonces, de repente, la nave entera tembló. Las alarmas comenzaron a sonar. Todos saltaron y corrieron hacia sus ordenadores.
“¡Informe!” gritó la capitana.
“Hemos detectado…”, exclamó la científica.
Entonces la nave espacial se llenó de luz. La luz entraba por las ventanas, desde el espacio.
“¡Desplegad los paneles solares!”, gritó la capitana.
Era una supernova: una enorme explosión de energía proveniente de una estrella cercana. Las probabilidades eran de una entre mil millones.
Un rato después, toda la tripulación estaba reunida mirando por la ventana. La supernova era más hermosa que cualquier fuego artificial que pudieran imaginar, y medía cientos de billones de kilómetros. Todos se quedaron en silencio durante mucho tiempo.
“Sabéis”, dijo finalmente Alejandro, sonriendo a la tripulación, “ahora sí que me siento afortunado”.
“¿Una supernova lo bastante cerca como para cargar nuestras baterías, pero lo suficientemente lejos para no ser peligrosa? ¡Sí, eso sí es suerte!”, dijo riendo la científica.
“No estaba pensando en eso”.